lunes, 20 de septiembre de 2010

El exorcismo




Sólo recuerdo un fuerte estremecimiento que me ha sacudido todo el cuerpo, me he quedado como petrificado. Inmóvil en mi cama, un escalofrío ha empezado a recorrerme lentamente todo el cuerpo desde los pies hasta la cabeza. Estaba estirado boca arriba y apenas he podido abrir los ojos para cerciorarme que estaba vivo y poder saludar nuevamente a la realidad. Esta vez, como es lógico, la excitación no me ha impedido seguir durmiendo y pocos minutos después ya estaba otra vez soñando dulcemente.

Este verano está siendo un verano de pesadillas, especialmente de dos relacionadas con el Diablo. Me resulta sorprendente ya que una vez superado el trauma que me provocó la película El exorcista, después de haberla visto con apenas doce años, nunca he vuelto a sentir temor por nada relacionado con este sujeto imaginario del que se le suponen las cosas más malignas. El caso es que esta madrugada he sufrido el segundo de los episodios a los que antes me he referido. Las imágenes que recuerdo son muy confusas pero puedo dar fe del terror que he sentido después de vivir lo que ahora les voy a contar.

La verdad es que es muy poca cosa, y hasta dudo de si merece la pena explicarlo teniendo en cuenta que los lectores de hoy son exigentes y muy escépticos frente a las verdades que uno se decide a compartir. Mi verdad, como es obvio, es una verdad soñada pero verdad al fin y al cabo. Si me hubiera encontrado en otras circunstancias, quizás si hubiera tenido otra edad -muchos menos o muchos más años de los que ahora tengo- esta experiencia me podría haber causado un buen disgusto de tipo fisiológico (me podría haber hecho pis en la cama o, fácilmente, me podría haber abatido injustamente un infarto de esos que se nos llevan la vida).

Me encontraba en una casa muy grande, era de noche, pero aún había mucha actividad entre sus paredes. Varias luces estaban encendidas y se podía oir un gran bullicio de gente que iba y venía. Sin yo saber porqué, me encontraba escondido en una habitación, en la que sin duda estaba esperando algo para después poderme ir, sin tampoco saber bien a dónde. La habitación se encontraba en la planta baja de la casa, tan grande como un edificio en la que habrían no menos de seis o siete plantas que daban a una galería interior. Desde allí recuerdo que podían verse varias puertas que, cómo es lógico estaban cerradas. Me atrevería a decir que había tres: dos en el lado derecho y otra en la parte izquierda, unas enfrente de las otras y todas perpendiculares a la mía.

La entrada de la casa no estaba cubierta y daba a una larga avenida con árboles contigua a un canal donde había amarradas en hileras algunas embarcaciones. No sé, como ya he dicho, porqué me encontraba en esa habitación pero sí que recuerdo que, de repente, estaba viendo a la señora mayor que se encontraba justo detrás de la primera puerta -a mi derecha-; me doy cuenta, mientras observo lo que allí sucede, que le están practicando un exorcismo (no me pregunten porqué ni cómo, yo tampoco lo sé), siento una extraña sensación y empiezo a inquietarme, más aún cuando veo que en realidad la estoy espiando. Siento claramente esa inquietud, esa tensión que experimentamos cuando hacemos algo que sabemos que no está bien.

La cosa se complica cuando, al mismo tiempo, percibo lo que muchas veces sucede en estas ocasiones: que la señora, no sé cómo, pero sabe que la estoy espiando. La inquietud ahora se convierte en miedo y, sin darme tiempo para nada, ésta ya ha salido de la habitación y se dirige hacia mí. Me ha descubierto, y su cara, su rostro, muestra ese semblante que tienen los seres poseídos; está ida, no mira a ninguna parte y, lo más sorprendente de todo es que, de la mano, lleva un perro que parece haberla guiado hasta mí. Finalmente, nos encontramos y estamos el uno enfrente del otro, la mujer está callada y tiene la mirada perdida, parece no poder articular palabra. Sin embargo, oigo una voz grave y sostenida que me dice: fuuook youuu. Es el maldito perro. 

No hay comentarios: