viernes, 8 de octubre de 2010

La chica de mis sueños



Parece que hoy he conocido a la chica de mis sueños. Tiene nombre y apellidos pero no puedo revelarlos aquí. Pensad en la chica más dulce que jamás hayáis imaginado, pues ésa es. Está acurrucada entre mis brazos mientras sonrojada me mira de soslayo. Puedo notar todo el palpitar de su cuerpo junto al mío. Se sienten cosas, muchas cosas como las que esta noche yo he vivido. La intensidad ha sido tal que desprecio todo lo demás. Estábamos en el comedor de mi piso, donde unos grandes ventanales recorren toda la pared formando una suerte de mirador que da hacia la calle. Más concretamente a una plaza que está justo en frente.

Estoy con ella recostado en un sofá grande y espacioso, es de noche pero presiento que no estamos solos. Un amigo mío está junto a ella, al otro lado del sofá, asido de uno de sus brazos. Cuando lo veo pienso que no va a ser fácil deshacerme de él. Es muy apuesto y decidido así que por momentos me siento algo angustiado. Yo la quiero a ella sólo para mí, ¡cómo podría ser de otra manera! En mi casa, en mi sofá... ¡y con la chica de mis sueños! Todo sucede muy lentamente, los dos estamos reclinados sobre sus hombros, uno en cada lado, ambos deseamos saborear cada rincón escondido de su anatomía. Hablo con él un poco, le doy unos golpecitos suaves en alguna parte de su cuerpo y le persuado, no sé muy bien de qué manera, para que nos deje a solas -por que es mi chica, por que hace mucho tiempo que esperaba tener una oportunidad como ésta-.

Junto a ella siento esa pasión y ese deseo que sólo se experimentan cuando uno está enamorado. También la atracción sexual es muy fuerte. Su formas me resultan excitantes, su piel es tersa y ella es tan cálida como la atmósfera de la noche que nos envuelve. Cuando por fin logro que nos quedemos solos, aquello se convierte en una relación soñada. Empezamos a besarnos con todo el amor que nuestros labios nos permiten expresar, puedo notar el saludo de nuestras lenguas y la posterior excitación con la que se revuelven en nuestras bocas. Un camisón muy fino cubre las partes más lúbricas de su cuerpo, mientras la toco, mientras palpo la esponjosa carne de sus piernas que han quedado al descubierto, empiezo a sentir esa lánguida excitación que nos proporcionan los momentos más sublimes de los primeros encuentros.

Nos retorcemos en un cariñoso abrazo -no dejamos de besarnos, ni de mordisquearnos-, nos queremos con abnegación sin decirnos una sola palabra. Es un fluir armónico que apenas contamina el silencio de la madrugada que avanza. Todo está en calma, salvo nuestros corazones. En un momento algo se rompe. Quizás amenazado el sueño por la inminencia de un despertar repentino, ella se da cuenta, mientras me está besando, que llevo puesta una mascarilla en la cara.

Me dice que cómo es que llevo éso, ¡el maldito CPAP! Yo intento explicarme, pero los efectos de esta máquina, tan discreta y silenciosa la mayoría de las veces, son ahora devastadores. Una mera excusa, quizás, para acabar con este sueño que me ha dejado ese sabroso regusto de amor, y que me ha devuelto al recuerdo de ella. De su infinita belleza y de todo lo que pudo ser y nunca fue.

miércoles, 6 de octubre de 2010

La casa okupa, el diablo y una decapitación



Estoy subiendo por un calle muy empinada de Lérida mientras veo como el coche de una autoescuela hace un giro brusco en medio de un cruce y se pone a perseguir a otro coche. Resulta que el supuesto coche de la autoescuela es en realidad uno de la guardia urbana camuflado. Yo prosigo mi camino, me dirijo a un caserón que hay en lo alto de la ciudad que acaba de ser ocupado. Cuando llego me encuentro con unos chavales que están delante de la puerta y que se muestran algo desafiantes. De hecho, uno de ellos lleva una cadena gigante entre las manos y empieza a moverla con gran agilidad, parece querer exhibir toda su fuerza. Me quedo algo pasmado y pienso en el daño que puede hacer con ella a los policías que seguramente vendrán más tarde a desalojarlos. He llegado demasiado pronto así que decido ir a dar una vuelta hasta que la cosa esté más animada.

De repente, estoy en una gran avenida y me dirijo a la facultad para asisitir a la primera clase del máster -en realidad lo empiezo el próximo viernes-. Voy caminando, la calle es muy larga y no se ve apenas gente. Decido pararme en un colmado para comprar algo; dentro está lleno de mujeres, yo espero mi turno y cuando éste llega pido lo que quería, pago y me despido. Justo antes de salir me doy cuenta que me he olvidado de comprar un botellín de agua, vuelvo para adentro y empiezo a buscar entre los muchos que allí hay -no sé si comprar uno grande o pequeño- finalmente me decido por una botella de litro y medio que me recomienda una de las vendedoras. Recuerdo que nunca antes había visto esa marca.

Ahora aparezco en un lugar completamente distinto: estoy paseando por una calle peatonal donde hay una terraza muy grande de un bar que parece de prestigio; los camareros van con trajes muy elegantes y pajarita, todas las mesas están repletas de gente y yo paso por el medio. Cuál es mi sorpresa que empiezo a notar que resbalo sin poder avanzar, el suelo forma una gran pendiente y está completamente encerado. Con algunas dificultades logro enderezarme y doy algunos pasos lentamente mientras me pregunto cómo lo harán los camareros para moverse por aquí. Me quedo observando a uno de ellos que justo acaba de pasar a mi lado; puedo ver que lleva unos zapatos especiales y sigo para adelante. Al final veo tres mesas juntas donde unas personas están tomando algo, lo que más me sorprende es que debajo hay varios perros de lo más temibles; dos dobermans y un rotweiler que no sonríen precisamente.

Continúo por la calle peatonal que también conecta con el caserón al que antes me dirijía. Llego hasta una bodega que se llama Caimy para comprar unos vinos, me atiende un personaje muy raro que, no obstante, parece entender mucho. Le pregunto ésto y aquello, sobre tal o cual añada y me voy sin comprar nada, el vendedor se me queda mirando de soslayo con cierta cara de resignación. No sé cómo, pero al salir, y súbitamente, sufro una posesión más y esta vez me convierto en el Diablo. Lo que a partir de aquí sucede es de lo más fantástico y, como si ya me hubiera acostumbrado a ser un poseso durante mis sueños, empiezo a disfrutar de los nuevos poderes.

Aparece un cerdo volador que abre un boquete en la azotea del edificio ocupado. Lo puedo ver en lo más alto junto con dos animales más que no puedo reconocer; los tres forman una piña y el primero lleva como una especie de hélice encima de la cabeza que le permite desplazarse por el aire -yo sé que también puedo volar pero no puedo recordar la sensación de estar haciéndolo-. Paso junto a otro edificio donde a través de sus ventanas puedo ver como sus habitantes realizan diversas actividades domésticas: unos leen, otros miran la tele y algunos pocos se mueven sin más. Es al anochecer porque se ven muchas luces encendidas. Tras unos momentos de ensimismamiento empiezo a jugar con la iluminación de los apartamentos, a mover cosas de sitio, a abrir y cerrar puertas y ventanas y, seguramente, también a romper alguna que otra cosa. Parece que disfruto mucho con lo que hago.

Finalmente estoy en un lavabo. Cuando me giro, veo una ducha al final junto a una  pequeña  y lunminosa ventana. Dentro hay una chica rubia de pie y completamente desnuda; está de espaldas y yo soy el Diablo reencarnado. Recuerdo perfectamente su bonito trasero, me acerco a ella y mientras nos tocamos me dice preocupada que con su ex le gustaba mucho practicar el sexo oral, yo le digo que no hay problema, que a mi también me gusta mucho así que seguimos con lo nuestro. En otro momento que no logro situar en esta historia sucede algo de lo más curioso: estoy en una suerte de camino adoquinado, como si fuera el viaducto de un viejo puente, allí está Marx (Karl Marx) que lleva la cabeza de Lenin en un carretilla después de haberlo decapitado. Me vienen entonces al recuerdo las banderas y cuadros de este ruso tan sobresaliente y pienso en el comunismo que tanta veneración le profesa. 

Quizás se explique ahora la fuerte excitación con la que esta mañana me he levantado.

lunes, 4 de octubre de 2010

El salto mortal y una escapada a Boston




Estoy en la azotea de un edificio a donde me he escapado después de agobiarme en el trabajo. Me asomo por la blaustrada, en uno de los extremos, y en vez de ver la calle, con sus coches aparcados y algunas personas caminando, me encuentro con un mar espléndido y azulado. Me recuerda a una cala escondida a la que voy de vez en cuando cerca de Cadaqués con mis amigos. Desde lo alto, veo gente que se va tirando sin ningún tipo de miedo, puedo ver que son ellos, quienes después de dar un gran salto están nadando con holgura y disfrutan de cada brazada. Yo sigo observando sin decidirme a tirar.

Ahora aparece a mi lado una vieja conocida a la que vi hace muy poco. Se coloca a mi lado y sin ningún tipo de complejo, va y se tira al agua -la verdad es que coincide plenamente con el carácter real de esta mujer a la que siempre he apreciado por su calidez y bonachonería-. Puedo ver su cuerpo rollizo, como si fuera un dibujo animado, que va cayendo y dando vueltas a medida que avanza en el vacío. Mientras lo observo veo que en su trayectoria se interpone una roca inmensa a la que, en último momento, puede esquivar -deduzco que tan sólo ha sido una impresión óptica-. Al final, acaba por estrellarse contra las rocas que hay en los bajíos de una playa cercana al acantilado desde donde miro.

Me parece increíble, puedo ver su cadáver inmóvil reventado contra el suelo mientras algunos bañistas se acercan para ver cómo está. Yo sé que sólo puede estar muerta ya que la caída ha sido desde unos cuarenta o cincuenta metros de altura. La imagen de su cuerpo inerte y pesado entre las rocas me sobrecoge y me hace reflexionar. Ahora me toca tirarme a mí pero mientras miro hacia abajo no veo que haya ningún lugar con suficiente profundidad. Lo cierto es que hay algo muy extraño: cada vez que he mirado para abajo la distancia con el agua era mayor y la cantidad de mar ha ido diminuyendo hasta encontrarme en esta apretura ¿cómo puede ser que hace unos momentos estuvieran mis amigos nadando en medio de abundante agua y de repente ahora sólo hayan rocas y este vacío amenazador?

Empiezo a desesperarme porque ya hace unos minutos que debería haberme tirado, pero no veo hacia donde. No encuentro ningún lugar donde resulte seguro intentarlo. Me quedo observando detenidamente la roca grande sobre la que hace unos momentos casi se estrella mi ya desafortunada amiga, y miro a los alrededores donde sólo hay bajíos con un sinfín de rocas que aguardan en el fondo.  Intento calcular una buena trayectoria que me permita sobrevivir al salto desde lo alto de un montículo rocoso y alargado -ya no estoy en la azotea  sino en un acantilado-, la superficie es muy pequeña así que me cuesta mantener el equilibrio y puedo ver bajo mis pies el gran vació que se forma.

Finalmente, no puedo explicarles como termina la escena, pero supongo que bien, porque no me he levantado hoy con la sensación de haber tenido una pesadilla. Quizás sea por que unas horas antes he viajado a los Estados Unidos a visitar una amigo que vive en Boston plácidamente. En Cambridge, más concretamente, justo al lado del campus universitario de Harvard. He estado con él antes de ir a Nueva York -donde también tengo a otro amigo -, he conocido su extraña habitación con dos puertas (una falsa) en la planta baja de una especie de albergue juvenil superpoblado. El alquiler se lo pagaba la universidad para que éste pudiera proseguir adecuadamente con su intensa labor intelectual. También he podido disfrutar, aunque muy brevemente, del incipiente invierno de la costa este norteamericana.

sábado, 2 de octubre de 2010

La nevera, el tsunami y un agujero fantástico




Desde el pasado domingo que vengo teniendo sueños muy discretos y de muy poco interés para el lector. Cuestiones de poca trascendencia y nada extravagantes, que no merecen más que ser mencionados de pasada. El que sin duda fue más significativo fue uno que recuerdo muy bien en el que aparezco en el comedor de mi casa: estoy duchándome dentro de la nevera mientras mi madre y una amiga suya me observan. Resultó muy curioso por el hecho de que el chorro de agua se activaba cuando la puerta de la nevera quedaba medio abierta, de tal modo que yo podía quedar al descubierto. Lo que no recuerdo tan bien es si la puerta de la nevera se abría de izquierda a derecha o a la inversa, así que no puedo dar más detalles sobre mi desnudez.


Esta pasada noche, no obstante, sí que he tenido un sueño de aquéllos que dejan un rastro verdaderamente fantástico, de aquéllos que te dejan pensando en cómo es posible que puedan formase tales cosas en nuestra cabeza. Yo estaba en el barrio donde he vivido toda la vida, Sarrià. Subía por la calle Rafael Batlle, casi estaba llegando al cruce con Vergós. Estaba paseando o, quizás, me dirigía a la universidad. El cielo estaba encapotado y en un momento empieza a llover con gran virulencia, yo sigo tranquilo pero empiezo a ver que cae mucha agua. La gran sorpresa llega cuando, de repente, veo como una especie de tsunami que empieza a inundarlo todo con gran rapidez. Curiosamente no me asusto, tan sólo me sorprendo viendo este fenómeno tan inusual, a la vez que me quedo pensando tarde o temprano esto tenía que ocurrir con todas las alteraciones que está provocando el cambio climático.


Puedo recordar imágenes muy reales de la masa de agua que lo cubre todo, ahora ya no estoy en medio de la calle sino que observo los acontecimientos desde lo alto de una loma. Veo una explanda inmensa y me horrorizo un poco pensando en todos los daños que habrá provocado esta inundación gigantesca. Sorprendentemente, tan rápido como ha llegado arrasándolo todo, se va -como si de una gran ola se tratara, que se mece con un ir y volver sobre la arena -. Una vez que se recupera la normalidad puedo observar que el paisaje es diferente, me doy cuenta que estoy en el desierto de los Monegros, donde en lo alto de un cerro, en medio de la tierra seca y ajada, se encuentra la universidad a la que me dirigía antes de que todo sucediera. Creo que estoy con la bicicleta y me dirijo hacia allí para asistir a clase.


Cuando llego me sorprende que todo en ella es como si fuera de otra época; los elementos ornamentales que allí se pueden observar, las puertas y los bancos de madera, todo me recuerda la ciudadela de un castillo. Recuerdo haber visto su escudo gravado en una placa de bronce con un marco grueso de madera de cedro. También veo a gente que transita en los pasillos en medio del ajetreo de un día de clase. Bajando por unas escaleras de lo más extrañas, como las que se pueden ver en muchos grabados de Escher, llego a un punto subterráneo donde estoy esperando para pasar por un agujero que me permita el acceso al recinto universitario que se encuentra rodeado de murallas. El agujero lo he estado examinando un rato antes y, para mi sorpresa, no cabía por él, así que me he visto obligado a esperar a ver cómo lo podría hacer.


Mientras espero, noto que alguien me acompaña, otra persona, un hombre, que también aguarda para pasar por el mismo lugar. Y aquí llega el momento más intenso del sueño que es cuando me doy cuenta que para poder pasar por el misterioso agujero tengo que subirme a una especie de silla mecánica que deslizándose por un raíl te transporta al otro lado. Me quedo observando atentamente el artilugio, medio fascinado por el invento, cuando empiezan a surgirme todas las dudas y no me atrevo a subir llegado mi turno. Decido no hacerlo ya que pienso es imposible que ahora pueda pasar por el agujero subido en esta silla, si antes no lo he conseguido cuando no llevaba nada. Sumido en esta intriga me despierto satisfecho de haber discurrido con tan buenos razonamientos.