miércoles, 6 de octubre de 2010

La casa okupa, el diablo y una decapitación



Estoy subiendo por un calle muy empinada de Lérida mientras veo como el coche de una autoescuela hace un giro brusco en medio de un cruce y se pone a perseguir a otro coche. Resulta que el supuesto coche de la autoescuela es en realidad uno de la guardia urbana camuflado. Yo prosigo mi camino, me dirijo a un caserón que hay en lo alto de la ciudad que acaba de ser ocupado. Cuando llego me encuentro con unos chavales que están delante de la puerta y que se muestran algo desafiantes. De hecho, uno de ellos lleva una cadena gigante entre las manos y empieza a moverla con gran agilidad, parece querer exhibir toda su fuerza. Me quedo algo pasmado y pienso en el daño que puede hacer con ella a los policías que seguramente vendrán más tarde a desalojarlos. He llegado demasiado pronto así que decido ir a dar una vuelta hasta que la cosa esté más animada.

De repente, estoy en una gran avenida y me dirijo a la facultad para asisitir a la primera clase del máster -en realidad lo empiezo el próximo viernes-. Voy caminando, la calle es muy larga y no se ve apenas gente. Decido pararme en un colmado para comprar algo; dentro está lleno de mujeres, yo espero mi turno y cuando éste llega pido lo que quería, pago y me despido. Justo antes de salir me doy cuenta que me he olvidado de comprar un botellín de agua, vuelvo para adentro y empiezo a buscar entre los muchos que allí hay -no sé si comprar uno grande o pequeño- finalmente me decido por una botella de litro y medio que me recomienda una de las vendedoras. Recuerdo que nunca antes había visto esa marca.

Ahora aparezco en un lugar completamente distinto: estoy paseando por una calle peatonal donde hay una terraza muy grande de un bar que parece de prestigio; los camareros van con trajes muy elegantes y pajarita, todas las mesas están repletas de gente y yo paso por el medio. Cuál es mi sorpresa que empiezo a notar que resbalo sin poder avanzar, el suelo forma una gran pendiente y está completamente encerado. Con algunas dificultades logro enderezarme y doy algunos pasos lentamente mientras me pregunto cómo lo harán los camareros para moverse por aquí. Me quedo observando a uno de ellos que justo acaba de pasar a mi lado; puedo ver que lleva unos zapatos especiales y sigo para adelante. Al final veo tres mesas juntas donde unas personas están tomando algo, lo que más me sorprende es que debajo hay varios perros de lo más temibles; dos dobermans y un rotweiler que no sonríen precisamente.

Continúo por la calle peatonal que también conecta con el caserón al que antes me dirijía. Llego hasta una bodega que se llama Caimy para comprar unos vinos, me atiende un personaje muy raro que, no obstante, parece entender mucho. Le pregunto ésto y aquello, sobre tal o cual añada y me voy sin comprar nada, el vendedor se me queda mirando de soslayo con cierta cara de resignación. No sé cómo, pero al salir, y súbitamente, sufro una posesión más y esta vez me convierto en el Diablo. Lo que a partir de aquí sucede es de lo más fantástico y, como si ya me hubiera acostumbrado a ser un poseso durante mis sueños, empiezo a disfrutar de los nuevos poderes.

Aparece un cerdo volador que abre un boquete en la azotea del edificio ocupado. Lo puedo ver en lo más alto junto con dos animales más que no puedo reconocer; los tres forman una piña y el primero lleva como una especie de hélice encima de la cabeza que le permite desplazarse por el aire -yo sé que también puedo volar pero no puedo recordar la sensación de estar haciéndolo-. Paso junto a otro edificio donde a través de sus ventanas puedo ver como sus habitantes realizan diversas actividades domésticas: unos leen, otros miran la tele y algunos pocos se mueven sin más. Es al anochecer porque se ven muchas luces encendidas. Tras unos momentos de ensimismamiento empiezo a jugar con la iluminación de los apartamentos, a mover cosas de sitio, a abrir y cerrar puertas y ventanas y, seguramente, también a romper alguna que otra cosa. Parece que disfruto mucho con lo que hago.

Finalmente estoy en un lavabo. Cuando me giro, veo una ducha al final junto a una  pequeña  y lunminosa ventana. Dentro hay una chica rubia de pie y completamente desnuda; está de espaldas y yo soy el Diablo reencarnado. Recuerdo perfectamente su bonito trasero, me acerco a ella y mientras nos tocamos me dice preocupada que con su ex le gustaba mucho practicar el sexo oral, yo le digo que no hay problema, que a mi también me gusta mucho así que seguimos con lo nuestro. En otro momento que no logro situar en esta historia sucede algo de lo más curioso: estoy en una suerte de camino adoquinado, como si fuera el viaducto de un viejo puente, allí está Marx (Karl Marx) que lleva la cabeza de Lenin en un carretilla después de haberlo decapitado. Me vienen entonces al recuerdo las banderas y cuadros de este ruso tan sobresaliente y pienso en el comunismo que tanta veneración le profesa. 

Quizás se explique ahora la fuerte excitación con la que esta mañana me he levantado.

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