martes, 2 de agosto de 2011

Cuba mágica


El recuerdo de un sueño es muy efímero y el tiempo de que disponemos para relatarlo, escaso. Hoy, después de casi un año sin narrar ninguna de mis experiencias oníricas, puedo volver a escribir un sueño fascinante, o más bien fantástico. Me he levantado como si acabara de hacer un viaje, como si hubiera pasado una semana en un lugar lejano y desconocido para mí, en esta ocasión se trataba de Cuba. Las imágenes que recuerdo son de gran nitidez, en ellas puedo ver el Malecón, un Malecón al estilo parisino rebosante de gente que se zambulle en el agua desde puentes y paseos adyacentes. 

No tengo claro si se trata del mar o de un río grande, como el Sena. Lo que sí que puedo recordar, con un sentimiento hilarante, es que veo cómo multitud de gente se tira desde los alféizares, balcones y barandillas de unos edificios viejos que bordean el agua, como si de un acantilado se tratara. También veo cómo se zambullen y cómo debajo del agua los edificios continúan, pero ya sumergidos, como si hubieran sido engullidos por el mar en otra época. Se esconden a lo largo de todo el paseo y uno sólo puede verlos si se sumerge bajo el agua o es un espectador privilegiado como yo. El agua es clara y muy profunda, parecen saltadores haciendo piruetas desde un trampolín, la imagen me sugiere ese pensamiento mientras los veo entrar como flechas de burbujeante rastro. 

Poco después, recuerdo que estoy caminando por una suerte de puentes colgantes, muy turísticos, por los que parece que la gente puede visitar la ciudad. Están hechos de lianas y láminas de bambú, o algún otro tipo de madera delgada y resistente, que hacen de base sobre la que poder transitar. A menudo tengo la sensación de que voy a caerme y siento inseguridad mientras camino por estas pasarelas sostenidas en el aire. Me detengo en una especie de chill-out donde hay un chico extranjero que descansa. De repente veo que arranca una de las láminas de la pasarela y la utiliza para reponer otra que está rota de la banqueta donde está sentado. Todo está un poco deteriorado por el paso del tiempo. Cerca de ahí hay cuatro militares-policías que vigilan, uno de ellos se percata y le llama la atención al chico. Le ordena que vuelva a dejar en su sitio lo que ha cogido. Lo hace sin inmutarse y yo me quedo sorprendido tras comprobar la eficacia de los agentes del orden en un país comunista.

Al final, mientras camino cauteloso por los puentes colgantes que comunican toda la ciudad desde lo alto, noto que algo se me cae. Es el pendiente negro que llevo desde hace unos meses, lo intento recuperar pero se me escurre entre las manos hasta que va a parar encima de unas rocas que sobresalen en el agua. Siento que lo acabo de perder y me da lástima. No da tiempo para más, el resto de fragmentos no logro recomponerlos. Cuando me levanto, me queda la maravillosa sensación de haber estado en el Malecón parisino de una Cuba mágica. Sin duda, las mejores vacaciones para tiempos de crisis.

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