jueves, 1 de septiembre de 2011

El extraño caso del bar Santacana de Lleida




Recuerdo nítidamente como un antiguo compañero de trabajo me decía de encontrarnos en un bar conocídisimo de Lleida a la salida del trabajo: "Está en la calle Segre número dos". Supongo que yo habré puesto cara de circunstancias o de no saber muy bien a qué lugar se estaba refiriendo, el caso es que me soltó un comentario de lo más inquietante: "Ya sólo por las chicas vale la pena". La verdad es que no supe como responder y sentí como me embargaba un ligero rubor. Tenía mucha curiosidad por conocer a qué se refería exactamente con lo de la chicas. 

La ciudad estaba algo revuelta, Lleida no parecía Lleida, las calles por donde todo esto sucedida no tienen parangón con la realidad. La ciudad seguía siendo muy pequeña pero con más relieve, tal como si estuviera en la cima de un peñasco que bordea el mar. Me veo dando vueltas por sus calles, creo que voy en coche, pero no logro recordarlo con claridad. Lo deduzco, porque las imágenes se suceden con rápidez como si me moviera a más velocidad de la que es posible cuando caminamos.

No sé por qué, pero voy a buscar a mi amigo a la salida de su trabajo, el edificio es espectacular, grande y espacioso y muy moderno, con las paredes de cristal. No lo encuentro, me dicen que ya se ha marchado. Salgo apresuradamente y me dirijo al bar de la Av. del Segre número dos (sí, ahora es avenida). Doy vueltas por la ciudad, paso por un descampado donde hay unos grandes almacenes, finalmente llego a un bar que es donde creo haber quedado. No está, el bar lo conozco, pero no es el que el me había dicho. Estoy muy hambriento, y ante la insistencia de la camarera me decido a pedir un bocadillo con un refresco. Estoy unos pocos minutos y me vuelvo a marchar. Tengo que encontrar el dichoso bar. 

Cuando salgo me doy cuenta que estoy en la calle Segre pero no en el número que me había dicho, todo parece muy extraño, camino unos pasos por la calle buscando el número dos, subo por una pendiente y a los lejos veo el cartel de un bar que se llama "Wraft". Sin conocerlo sé que es el lugar donde me había citado. Al acercarme un poco más veo una gran terraza con luces, está justo debajo de un pinar. Nada más entrar me quedo asombrado por el bullicio de gente que hay, pareciera como si toda la ciudad viniera aquí a comer sin yo haberlo sabido nunca. Hay muchas familias, y por lo que veo parece que llego algo tarde porque ya están atendiendo las últimas mesas y todos está lleno de vajillas con restos de comida, cubiertos sucios, vasos con restos de vino y mucha gente moviéndose como si se levantara para ir a pagar. 

Pero lo más sorprendente de todo me lo he dejado un poco atrás. Justo después de entrar, había pasado por una especie de marquesina grande debajo de la cual, sobre una barra rectangular, había ocho o diez mujeres que posaban estiradas como majas, completamente desnudas e inmóviles. Sus cuerpos eran de exultante sensualidad y hasta puedo recordar el bello triangular que asomaba entre las piernas de una de ellas. Encima, unos mangos de ducha las regaban con agua recalcando aún más todo el erotismo de la escena. 

Finalmente me meto en el local, y después de dar vueltas por habitáculos y rincones dispuestos sin ningún orden lógico encuentro a mi amigo que ya se estaba yendo con su familia. Al salir, la mujer que regenta el bar me dice: "Esto es el Santacana de Lleida, el lugar más famoso de la ciudad". En fin, un sueño increíble, que ya sólo por las chicas, valía la pena.

martes, 2 de agosto de 2011

Cuba mágica


El recuerdo de un sueño es muy efímero y el tiempo de que disponemos para relatarlo, escaso. Hoy, después de casi un año sin narrar ninguna de mis experiencias oníricas, puedo volver a escribir un sueño fascinante, o más bien fantástico. Me he levantado como si acabara de hacer un viaje, como si hubiera pasado una semana en un lugar lejano y desconocido para mí, en esta ocasión se trataba de Cuba. Las imágenes que recuerdo son de gran nitidez, en ellas puedo ver el Malecón, un Malecón al estilo parisino rebosante de gente que se zambulle en el agua desde puentes y paseos adyacentes. 

No tengo claro si se trata del mar o de un río grande, como el Sena. Lo que sí que puedo recordar, con un sentimiento hilarante, es que veo cómo multitud de gente se tira desde los alféizares, balcones y barandillas de unos edificios viejos que bordean el agua, como si de un acantilado se tratara. También veo cómo se zambullen y cómo debajo del agua los edificios continúan, pero ya sumergidos, como si hubieran sido engullidos por el mar en otra época. Se esconden a lo largo de todo el paseo y uno sólo puede verlos si se sumerge bajo el agua o es un espectador privilegiado como yo. El agua es clara y muy profunda, parecen saltadores haciendo piruetas desde un trampolín, la imagen me sugiere ese pensamiento mientras los veo entrar como flechas de burbujeante rastro. 

Poco después, recuerdo que estoy caminando por una suerte de puentes colgantes, muy turísticos, por los que parece que la gente puede visitar la ciudad. Están hechos de lianas y láminas de bambú, o algún otro tipo de madera delgada y resistente, que hacen de base sobre la que poder transitar. A menudo tengo la sensación de que voy a caerme y siento inseguridad mientras camino por estas pasarelas sostenidas en el aire. Me detengo en una especie de chill-out donde hay un chico extranjero que descansa. De repente veo que arranca una de las láminas de la pasarela y la utiliza para reponer otra que está rota de la banqueta donde está sentado. Todo está un poco deteriorado por el paso del tiempo. Cerca de ahí hay cuatro militares-policías que vigilan, uno de ellos se percata y le llama la atención al chico. Le ordena que vuelva a dejar en su sitio lo que ha cogido. Lo hace sin inmutarse y yo me quedo sorprendido tras comprobar la eficacia de los agentes del orden en un país comunista.

Al final, mientras camino cauteloso por los puentes colgantes que comunican toda la ciudad desde lo alto, noto que algo se me cae. Es el pendiente negro que llevo desde hace unos meses, lo intento recuperar pero se me escurre entre las manos hasta que va a parar encima de unas rocas que sobresalen en el agua. Siento que lo acabo de perder y me da lástima. No da tiempo para más, el resto de fragmentos no logro recomponerlos. Cuando me levanto, me queda la maravillosa sensación de haber estado en el Malecón parisino de una Cuba mágica. Sin duda, las mejores vacaciones para tiempos de crisis.